"Edvard Munch. Arquetipos" es la próxima exposición, a partir del 6 de octubre que presenta el museo Thyssen de Madrid.
Todo el mundo sabe que Munch nació en Noruega un 12 de diciembre de 1863 y que su obra emblemática es El Grito. Es uno de esos pintores ya reconocidos por la historiografía del arte y por el público, que valora tanto económica como plásticamente su pintura. Tal es así, que en el año 2012 salió a subasta la última de las cuatro versiones (un óleo, un pastel, una témpera y una litografía)de El Grito, que se encontraba en colección privada. En concreto, se trataba de la versión realizada al pastel, vendida por casi 92 millones de euros.
Versión en pastel de El Grito. Subasta en Sotheby's en 2012. |
En este sentido resulta bastante curioso -y se abre el debate sobre el componente y concepto belleza en el arte- que una obra tan desgarradora, desesperanzadora y angustiosa sea, a la vez, tan deseada. No pienso que el motivo sea por placer estético, pues difícilmente ésta generará tal emoción en el espectador. No es amable, no produce emociones sosegadas, no posee un cromatismo armónico ni una composición equilibrada y tampoco una figura proporcionada. Su propio título evoca desesperación. Sin embargo, El Grito contiene ese magnetismo que sólo unas cuantas obras de arte tienen y es, simple y complejamente, miedo. En él se concentran todos los temores y horrores que el hombre puede experimentar a lo largo de su existencia; él deja al descubierto la parte más vulnerable de la humanidad; la versión más sufridora de una vida que bien puede tornarse repleta de desgracias, malas fortunas y padecimientos físicos y psíquicos.
Sin duda, Munch parece ser en estos terrenos el rey del pathos. Tanto que cuando se lee su biografía es imposible no preguntarse cómo consiguió soportar tanta fatalidad: con cinco años perdió a su madre, enferma de tuberculosis y a quien recordaba perfectamente tosiendo sangre; a los treces años, él mismo se vio en esa misma escena y a los catorce, contempló como su hermana Sophie, no teniendo la misma suerte, murió de la misma enfermedad que su madre. Su padre, un fanático calvinista, no ayudaba a rebajar el nivel de angustia vital, lo que provocó que Munch se obsesionara y aterrorizara con la muerte y la enfermedad. Solía despertarse por la noche creyendo haber muerto y preguntándose: "¿Estoy en el infierno?".
Retrato Edvard Munch |
Vivió el infierno de las tendencias suicidas, a lo que se sumó la convivencia con la esquizofrenia que comenzó a sufrir su hermana Laura, a quien se tuvo que recluir en un sanatorio de un barrio del norte de Oslo. Al pasear por allí, los gritos de los enfermos traspasaban las paredes y se convertían en el eco con el que se envolvía y se asfixiaba toda la atmósfera. Esto es El Grito. Una explosión muda y sorda de represión teñida por colores de fuego que, con toda probabilidad, hacen referencia a la erupción del volcán Krakatoa en la isla que lleva su nombre, entre Java y Sumatra, en Indonesia, en agosto de 1883. La explosión volcánica fue tan fuerte que las cenizas alcanzaron una altura de 27 kilómetros y se quedaron suspendidas en la atmósfera. Los restos de lava y roca dieron las vuelta al mundo y mancharon de rojo los atardeceres de Europa. Aún faltaban unos años para que Munch alumbrara El Grito, pero se sabe por su diario que empieza a hacer dibujos preparatorios algunos años antes, coincidiendo con este suceso. Además, científicos encontraron el lugar se reproduce en su obra y advirtieron que la vista del cielo estaba orientada hacia el suroeste, lugar hacia donde se orienta el Krakatoa.
No obstante, esta no es la única obra representativa del pintor. Ansiedad, un óleo de 1894, comparte el mismo sofocante color de fondo y los mismos rostros cadavéricos de El Grito. El mismo ambiente de soledad que él resumía en la frase: "El hombre nace, vive y muere solo". Una de las diferencias es que en Ansiedad se introduce la figura femenina: una mujer es quien aparece la primera de una fila de hombres que se extienden hacia el fondo del cuadro y marcan, a la vez, la profundidad de éste.
La imagen de la mujer en Munch dista de la iconografía femenina de "el ángel del hogar" y surge, precisamente, por el deseo de romper con dicha representación y entroncar con la idea de la "mujer fatal", estereotipo divulgado a partir de finales de siglo XIX y coincidente con un momento en el que la mujer reclama una serie de funciones y derechos en la sociedad, lo que la convierten a ojos del hombre en un ser peligro que quiebra la paz privada y pública. Así, su figura se liga a la de la muerte e inevitablemente el afecto hacia ella se torna en un amor cuyo final ya se sabe trágico. En este escenario, ambos sexos son incapaces de comunicarse entre sí. Por un momento, las curvas y contracurvas de sus cuerpos parecen encajar, pero pronto se rompe la posible consonancia física para dar paso al más absoluto aislamiento.
Munch, como hombre de su tiempo, postimpresionista, se preocupó y sufrió en exceso el drama humano finisecular y de principios de siglo XX. Sólo así se entiende su vida y su obra.
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