BANSKY, cuya identidad es desconocida, pero cuya obra es archiconocida, va a estar expuesto en Roma durante unos meses, donde se van a poder ver obras que ha realizado para compradores particulares.
A mi este artista me encanta y no sólo por la concreción y expresividad de sus temas, sino también por el concepto que representa. Es una paradoja fantástica, lo que cualquier profesional querría: ser reconocido sin ser reconocible. Expresa la obra sin expresarse a sí mismo, pues BANSKY no necesita dar explicación de por qué y qué muestra en el tema de sus pinturas o collages, es sencillamente aprehensible por el hombre coetáneo, es más, llega a producir empatía con el espectador y pienso que el truco para ello está en la actualidad de sus temas y también en su fiero trazo que, valga la redundancia, aunque salvando las distancias estéticas e intelectuales, conecta con los fauvistas franceses de principios de siglo XX, aquellos que, literalmente, ponían la cara verde o morada o roja a la burguesía. Pero, sobretodo, el secreto está en el símbolísmo que encierran sus manifestaciones. Los símbolos y las figuraciones son signos que el ser humano siempre asume rápida e intuitivamente, por ello se vuelven tan didácticos, tan deseados y tan interiorizados por todos aquellos que queremos ver más allá. Nosotros o ellos o los de espíritu inquieto buscamos o buscan la ultrarealidad -lo que traspasa el ojo- o eso que se llamó "metafísica" y del que ya hubo en pintura un representante por excelencia: Giorgio de Chirico.
Porque... ¿de qué sirve la superficie sino para tomar el cuerpo necesario para saltar a la profundidad? Pues eso son los símbolos de BANSKY. Profundidades que parten de la superficie más superficial y áspera, las que van del muro de cualquier edificio del mundo hasta las cabidades más recónditas del alma del ser humano, cuyos sentimientos de origen griego siguen estando vigentes.
Los clásicos nunca mueren. BANSKY lo sabe.
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