La ópera futurista La victoria sobre el Sol de 1913 con texto de Kruchiónij, prólogo de Jlébnikov, música de Matiúshin y decorados de Malévich, fue síntoma del radicalismo de las primeras vanguardias y el origen del suprematismo de Malévich.
Si la aspiración de la vanguardia es representar la realidad mediante unas formas transgresoras y abrir una brecha y crear una alternativa a la tradición, es lógico pensar que el primer objetivo sea acabar con el sol. Lo primero por su asociación con Dios y lo segundo por ser el responsable de que los días sean como son y de la sucesión de las estaciones: atados a él queramos o no. Vencer al sol es, simbólicamente, matar al sol y dar paso a la luz eléctrica: ya no hay que esperar sus ritmos para tener día o noche... de forma que el hombre es capaz de alterar el ritmo natural: la naturaleza ya no sigue su curso, ya no es reflejo de las órdenes divinas.
Desde este punto, el salto a la ideología es mínimo: una vez que la vanguardia artística se haya extrapolado a la política, ésta tomará elementos plásticos para crear un ideario. En este contexto hay que entender la frase de Lenin: "el comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país". La electricidad fue la transformación ideológica e iconográfica de Rusia. Hay que tener en cuenta que las condiciones intrínsecas de la electricidad se asemejan perfectamente a los elementos plásticos que buscaban ciertos movimientos de vanguardia como el futurismo o el rayonismo y que gracias a ella el mensaje soviético llegó - a través de la radio- a la vida cotidiana de millones de rusos a lo largo de un territorio de miles de millones de kilómetros cuadrados.
Al final, derrocar a la luz natural para implantar la luz artificial es el intento de controlar todo, puesto que la electricidad ilumina todas las partes por igual.
Se acabaron los individualismos.
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