miércoles, 23 de marzo de 2011

Jean Léon Gérôme 1824- 1904


"A mi estos cuadros no me dicen nada". Lo primero: los cuadros no hablan (nuestro lenguaje) y lo segundo: yo no me dejo condicionar por comentarios...
Entro.
Años de formación e influencia neogriega. Retratos de campesinos de la época y nobles aristócratas en sus lujosos sillones. Se enfrentan a la desnudez de la mitología griega.
Oriente. En el submundo, las bailarinas y los mercenarios muestran sus habilidades. Los personajes se mezclan... Y a medida que avanzan, los cuadros se desmarcan de lo anterior. Me detengo: el bardo negro o bardo africano clava su mirada en mis ojos. Este personaje guarda los secretos de los cuentos antiguos y de la tradición popular y, luego, con sus instrumentos hace música y con su voz lleva las historias de su pueblo.
Contrastes. Una explosión de color y texturas: frío y cálido; azulejo y piel. Un cuerpo vivo es generoso con una superficie muerta y así se se crea un equilibrio perfecto de color y significado.  Pero aquí no acaba Oriente. Las calles de El Cairo se llenan de actividad: una mirada tímida al vendedor de alfombras no deja ver la textura de su mercancía. La ciudad se convierte en un hervidero de ir y venir de gente... Somos más que simples caminantes y el almuecín lo recuerda: llama a la oración desde el alminar. 
La fila de fieles rezando en la mezquita reconstruye la profundidad del lienzo. Su actitud piadosa debajo de las dovelas rojas y blancas. El presente siempre se asienta sobre el pasado. Las columnas corintias aún hablan de lo que un día fueron: cimiento de la Iglesia de San Vicente. 


Gérôme es un pintor de historia e intrahistoria.


Los anfiteatros romanos huelen a sangre, fieras y furor. El gladiador tienen pisado el cuello de su víctima, en la grada el público aclama muerte. El cuerpo en la arena se quedará en un instante más frío que el mármol que decora el lugar.
En aquellos anfiteatros todos iban a morir: no importan gentiles o cristiano. Unos con el bronce en el pecho y otros con la rabia del león. Sólo queda la oración y la mirada al cielo. La crucifixión en el Gólgota es un sombra, quizá porque el mensaje era de luz y no de tinieblas. 


Y años después, Luis XIV, el rey Sol, recibe al gran Conde. La corte se viste con sus mejores galas y las banderas ondean. Mientras, en Fontanebleau, reciben a la corte de Siam. El Lejano Oriente ha entrado en Francia: es hora de quitar los tapices y airear las sedas. 


Una esfinge atemoriza la ciudad de Tebas. La ha llamado Edipo en homenaje a su libertador. Se convirtió en rey y en el hombre más desdichado del mundo. Tal fue su dolor que tuvo que arrancarse los ojos: ya había visto suficiente.
La Verdad tiene que salir del pozo, manifestarse y gritar.


Estas historias se dejan caer de un taller, dónde se trabaja con las manos, se moldea la escultura y se pule la piel.










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