BANSKY, cuya identidad es desconocida, pero cuya obra es archiconocida, va a estar expuesto en Roma durante unos meses, donde se van a poder ver obras que ha realizado para compradores particulares.
A mi este artista me encanta y no sólo por la concreción y expresividad de sus temas, sino también por el concepto que representa. Es una paradoja fantástica, lo que cualquier profesional querría: ser reconocido sin ser reconocible. Expresa la obra sin expresarse a sí mismo, pues BANSKY no necesita dar explicación de por qué y qué muestra en el tema de sus pinturas o collages, es sencillamente aprehensible por el hombre coetáneo, es más, llega a producir empatía con el espectador y pienso que el truco para ello está en la actualidad de sus temas y también en su fiero trazo que, valga la redundancia, aunque salvando las distancias estéticas e intelectuales, conecta con los fauvistas franceses de principios de siglo XX, aquellos que, literalmente, ponían la cara verde o morada o roja a la burguesía. Pero, sobretodo, el secreto está en el símbolísmo que encierran sus manifestaciones. Los símbolos y las figuraciones son signos que el ser humano siempre asume rápida e intuitivamente, por ello se vuelven tan didácticos, tan deseados y tan interiorizados por todos aquellos que queremos ver más allá. Nosotros o ellos o los de espíritu inquieto buscamos o buscan la ultrarealidad -lo que traspasa el ojo- o eso que se llamó "metafísica" y del que ya hubo en pintura un representante por excelencia: Giorgio de Chirico.
Porque... ¿de qué sirve la superficie sino para tomar el cuerpo necesario para saltar a la profundidad? Pues eso son los símbolos de BANSKY. Profundidades que parten de la superficie más superficial y áspera, las que van del muro de cualquier edificio del mundo hasta las cabidades más recónditas del alma del ser humano, cuyos sentimientos de origen griego siguen estando vigentes.
En
este año 2016 se cumplen 50 años de la creación del Museo de Arte
Abstracto Español en Cuenca.
La conmemoración de esta fecha ha dado
lugar al proyecto “Cuenca Abstracta 2016”, una iniciativa de un
grupo de conquenses que se proponen dinamizar la ciudad mediante la
cultura y, especialmente, mediante esa gran colección de arte
abstracto español que se alberga otro de los tesoros de Cuenca: las
Casas Colgantes. A propósito, “Cuenca Abstracta 2016” coincide
con otro gran acontecimiento cultural español: San Sebastián 2016,
Capital Europea de la Cultura.
En
cualquier caso y sin pretensiones comparativas, el movimiento
abstracto español es el plato fuerte de Cuenca, que no sólo se
limitó a albergar la colección de pintura en las Casas Colgantes,
símbolo de la ciudad datado entre los siglos XIV-XV, sino que antes
de 1966 -año en el que se inauguró el museo- acogió y hospedó a
todos los artistas – la mayoría, abstractos- que vieron en ella el
encanto. Una fascinación que, todavía hoy, se percibe cuando se
visita, pues la ciudad ofrece unos poderosos contrastes naturales, un
entramado urbano que despierta la literatura y la leyenda cuando cae
el sol, y, además, proyecta un halo íntimo que emana directamente
de su condición esteta, siempre despierta hacia las artes plásticas.
Esto hace de ella punto de vista artístico a tener en cuenta y lugar
de encuentro para quienes buscar arte moderno y abren nuevos caminos
de expresión y manifestación para éste.
Hablar
de la creación del Museo de Arte Abstracto Español requiere hablar
de Fernando Zóbel, uno de los impulsores del museo y a quién Televisión Española ha dedicado un documental fantástico: "Colgados de un sueño".
Zóbel había
nacido en 1924 en Manila (Filipinas), estudió Medicina y se licenció
en Filosofía y Letras en la Universidad de Harvard y, entre
1951-1960 ocupó la cátedra de Bellas Artes del Ateneo de Manila. En
sus viajes por Estados Unidos y Europa entró en contacto con
artistas y amantes del arte. A España llegó en 1955 y enseguida
tomó contacto con los pintores que estaban trabajando en la
Abstracción: los “abstractos españoles”, a quienes animó en la
creación adquiriendo obras suyas. De tal manera, llegó un momento
en que la colección personal de arte abstracto de Zóbel comenzó a
engrosarse y a adquirir una transcendencia estética que debía ser
mostrada. Ahí estaba el germen del Museo de Arte Abstracto Español,
proyecto para el que Fernando Zóbel no estaba sólo. Contaba con
Gerardo Rueda y con el artista conquense Gustavo Torner, quienes, una
vez, creado el museo, fueron los conservadores de la colección.
Fernando Zóbel posando con algunas de sus obras
Sin
embargo, Cuenca no fue desde el principio el lugar elegido para
mostrar al público la colección de Zóbel, sino que
fue algo azaroso, salido de un encuentro entre artistas y algunas
autoridades de la ciudad, cuando se planteó la posibilidad de que la
colección fuera albergada por las Casas Colgantes,
recientemente restauradas y aún sin destino. Así pues, ya se tenía
el lugar y el contenido.
El 1
de julio de 1966 el recién creado museo abrió sus puertas al
público, revelando una magnífica muestra de pintura y esculturas,
realizadas por quienes en aquellos momentos eran artistas vivos y en
plena producción, a quienes la historiografía del arte ha dado el
nombre de “generación abstracta de los años 50 y 60”. Ellos
habían formado parte de colectivos que comenzaron a finales de la
década de 1940 y continuaron durante la siguiente: “Dau al Set”
en Barcelona, al que pertenecían Antoni Tapies y Modest Cuixant, “El
Paso”, en Madrid, integrado, entre otros, por Manolo Millares,
Rafael Canogar, Antonio Saura, Luis Feito y Martín Chirino,
“Parpalló”, en Valencia, encabezados por Eusebio Sempere y
Amadeo Gabino y el grupo “Gaur”, fundado por artistas plásticos
vascos, Eduardo Chillida, Julio Oteiza y Néstor Basterrechez.
Cada
uno de estos grupos tenía unos objetivos concretos que derivaron en
específicas experiencias plásticas, entre las que se encontraban la
abstracción lírica, la matérica, la geométrica, el informalismo o
la recuperación del lenguaje de las vanguardias pictóricas
interrumpidas con la Guerra Civil, pero al mismo tiempo vislumbraban
un horizonte común, que consistía en el deseo de renovación e
impulso del arte español, demostrando que éste, tradicionalmente
asociado a la figuración, estaba a la altura de las manifestaciones
abstractas europeas y estadounidenses, pioneras en “lo abstracto”,
y se imponía con un entusiasmo capaz de superar cualquier obstáculo
formal o teórico, pues latían en él infinitos deseos de expansión
y experimentación.
A
grandes rasgos, esta es la historia que se esconde detrás del Museo
de Arte Abstracto Español en Cuenca. Indiscutiblemente, aquí radica
su transcendencia y buena parte del orgullo de la Historia del Arte
español. Sin duda, este 2016, que no ha hecho más que empezar,
promete grandes actos memorables en torno a Cuenca y a “los
abstractos”, pero no deben ser limitados a contarse por cifras o
efemérides, sino que deben servir de espíritu y de inspiración
para el porvenir del arte español y, si se permite, incluso de
objeto de vanidad para la construcción de nuestra identidad
cultural. Sana arrogancia de quienes perciben, construyen y plasman
el mundo por los sentidos.