lunes, 17 de agosto de 2015

Nostalgia de Paul Strand

Paul Strand (1890-1976) es uno de esos fotógrafos que engrandecen la historiografía artística del siglo XX junto a Henri Cartier Bresson, Brassaï, Robert Capa-Gerda Taro, Alfred Stieglitz, Alvin Landgon Coburn, Robert Doisneau, Gary Winogrand, entre otros. Su aportación produjo una revaloración de la fotografía, equiparándola al arte mayor por excelencia, la pintura. 
Muchos de ellos trabajaron el fotoperiodismo, en concreto, Cartier Bresson y Robert Capa lo llevaron a cabo durante la Guerra Civil española. La famosa fotografía de Robert Capa-Gerda Taro, "Muerte de un miliciano" fue una fatalidad del destino, pues éste quiso que aquel que estaba posando en el momento de saltar una trinchera fuera alcanzado en el corazón por una bala del fuego enemigo. 


También se desarrollaron en lo que se conoce como "fotografía humanista", la cual tiene como protagonista no sólo a las personas y sus circunstancias vitales, sino su psique. Ésta se capta a través de los ojos y de cualquier gesto, posición, incluso, objeto que rodee al fotografiado. Al mirarlos, son producto de una previa absorción de la personalidad del retratado por parte del fotógrafo. El propio Paul Strand hacía esta definición del retrato: "El retrato de una persona es una de las cosas más difíciles de hacer, ya que para hacerlo debes captar la esencia de esa persona para otra gente de manera que, pese a no conocer personalmente al retratado, se entren frente a un ser humano que nunca olvidarán. Eso es un retrato".  

Strand tiene toda la razón, para realizar este tipo de retrato, ya sea fotográfico como pictórico, el artista, debe adentrarse en las profundidades del alma, analizarla, capturarla y plasmarla en papel fotosensible. El reto consiste en no perder ni un detalle durante el tiempo del proceso creativo, desde el intelectual hasta el práctico. Se trata de una tarea demasiado difícil que, cuando se domina, se convierte en una autentica obra de arte, en documento etnográfico y en material, si se quiere incluso, de la más apasionante novela. El entendimiento, entonces, entre el retratador y el retratado debe ser completo tanto que uno no se entienda sin el otro, como si sus identidades fueran una hasta el punto de confundirlas o asumir la imagen del que posa como la del artista. Esto es precisamente lo que se desprende de la fotografía de este muchacho de Gondeville, un pueblo de Francia. El hecho de que el fotógrafo y su material humano hayan tenido que mimetizarse tanto produce, a veces, el efecto de considerar la imagen de uno de ellos como la propia del artista. Así se advierte la observación de ese chico francés.

Paul Strand. Muchacho, 1951
No obstante, el trabajo de introspección y su resultado también funciona cuando el retratado es una mujer. En este caso no hay una identificación por sexo y no se produce, por tanto, la ligera confusión de identidad. Sin embargo, la captura de su ser está ahí, plasmada igual que si hubiera sido robada y expuesta en un soporte para venderse y/o admirarse. Ladrones de de almas, eso es lo que son estos fotógrafos quienes no descansan de examinar, investigar, indagar, escuchar, observar y querer personas. De todas ellas, surgen seres interesantes para los otros. Envueltos de artificio y literatura. Convertidos en inmortales.

Paul Strand. Mujer ciega, 1916

Paul Strand. La familia, 1953

Paul Strand. Susan Thompson, 1945
Paul Strand, Pescador, 1936

Paul Strand, Anna Attinga Frafa, 1964

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